Solo escribe

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No puedo decir como me siento

jueves, 29 de abril de 2010

Postizos

El reloj de pared marcaba las dos y treinta de la mañana.

Erick abrió los ojos sin ningún otro estímulo que el mismo insomnio que lo había acompañado durante todas sus noches desde que tiene memoria.

Sin moverse en la cama, parte de su cuerpo está cubierto con una cobija que hace mucho tiempo perdió el color, dejando las piernas y la cabeza sin cubrir, se le nota una profunda y antigua cicatriz en la pierna izquierda.

Erick solo respira, solo mira sin mirar, solo recuerda sin desearlo.

Hace ya muchos años, cuando tenia siete, paseando con su familia. Un conductor ebrio terminó el paseo de manera brutal, de ese día solo se mantiene viva la imagen de los cuerpos sin vida de sus padres. La cicatriz que tiene no le permite olvidarlo.

Desde ese momento todos sus recuerdos fueron de hogares postizos, padres postizos, hermanos postizos, amigos postizos; fue con algunos de esos amigos que empezaron a realizar pequeños hurtos en almacenes grandes, luego robos en casas de las afueras. Después vinieron las drogas, el sexo y las ordenes de los peces gordos que tenían que ser cumplidas sin preguntar.

Una de esas órdenes fue eliminar a un tipo que había cometido muchos errores. Lo reconoció enseguida, era uno de los hermanos postizos. Lo espero en la oscuridad, luego lo llevó a un paraje abandonado, incluso antes de ejecutarlo el postizo no lo reconocía, - talvez es mejor así, detesto que me rueguen - y le destrozo la cabeza con un certero balazo de su Glock 19 milímetros semi-automática. Antes de guardarla nuevamente en el bolsillo interior de su saco la acarició, era una hermosa arma, plateada con mango maderado y balas de punta cortada. En el fondo Erick sabía que su Glock es la única compañía fiel, más que cualquier puta, más que cualquier pariente postizo. – Odio los postizos - decía mientras se alejaba.

Erick volvió a ver el reloj de pared, esta vez marcaba las seis y quince de la mañana, empezó a levantarse lentamente de una cama de segunda de un hotel de tercera de un barrio de cuarta de una ciudad de quinta de un mundo de mierda, por alguna razón empezó a sentir que toda su vida había sido una puta broma de alguna película barata con un director muy cruel. Pensó, si Dios existe, definitivamente es un hijo de puta.

Se bañó, se vistió, siempre usaba ropa un par de tallas mas grande, así le era más fácil esconder las armas o moverse rápidamente si tenía que pelear o huir. Mientras se terminaba de arreglar el cabello frente al pedazo de espejo que aún quedaba en la pared, notó algunos hilos de plata y unas arrugas nuevas. Tenía algunos años, pero aparentaba muchos mas, sus ojos de color negro profundo habían perdido el brillo y lo que antes le causaba algún tipo de emoción, al menos de forma momentánea, ya le importaba muy poco.

Salió en silencio. Mientras bajaba por las escaleras sus oídos escuchaban, aunque su cerebro se negara a procesar, todos los ruidos normales en un mundo de mierda, gritos de gente discutiendo, niños llorando, algunos sonidos típicos de persona o personas indeterminadas haciendo sexo de forma indeterminada y en el fondo, sirenas, podían ser ambulancias o carros de bomberos, pero Erick siempre pensaba que eran de la policía, el vivía con el temor constante de que en algún momento lo atraparían, de todos modos no estaba acostumbrado a esconderse. Llevó su mano derecha sobre el saco a la altura del corazón y tocó su Glock, todo iba bien.

Caminó unas cuantas calles, sin dejar de observar a todos los demás seres que se cruzaban a su paso. Se preguntaba si esas personas tendrían historias como la suya, si eran solo cadáveres caminando sin un sentido, solo con el ánimo de vivir un día más, de lograr llegar vivos a dormir en sus camas de segunda.

Entró en un café, siempre diferente, no podía mantener una rutina en su estilo de vida. Pidió café negro y un diario. Lo peor de este trabajo es la espera, esperas por órdenes de las que no sabes ni te interesa ni debes preguntar nada, solo para cumplirlas sin contratiempos.

Viendo a la gente pasar a través del vidrio del ventanal no puede más que sonreír amargamente al pensar que la vida de todos no es muy diferente de la de el, todos están condicionados, ya sea al reloj, ya sea a un trabajo que detestan, ya sea a una pareja que solo está con ellos porque no pudieron conseguir nada mejor. Todos somos parte de la misma mierda, viviendo vidas preconcebidas una y otra vez, igual que los remake de películas viejas, donde lo único que cambia son los actores y le aumentan uno que otro efecto especial. Cuando alguien intenta hacer algo diferente lo matan.

El teléfono aún no daba señales de vida, el tiempo corría, estar mucho tiempo en un mismo lugar a la vista de todos no era seguro. Se levantó, pagó, se fue.

Empezaba a oscurecer cuando su teléfono celular vibró en el bolsillo de su pantalón de dos tallas más grande. La orden estaba dada.

Se encaminó hacia la dirección señalada. Debía entrar en la casa y eliminar a los esposos Drugs, eran dos traficantes de baja monta que consumían su producto y que habían robado a la persona equivocada. Recordar siempre, no dejar huellas ni testigos, con un historial como el suyo era fácil dar con los que rodean su vida de mierda. El pórtico estaba oscuro y como sucede en la mayoría de las casas de los adictos la puerta estaba sin seguro. Entró silenciosamente. Los Drugs dormían en el piso de la sala principal aún con las agujas en sus brazos. Sacó su Glock colocó el silenciador y disparó en dos ocasiones, siempre apuntaba a la cabeza, era un gran ahorro de esfuerzo y balas.

Se dispuso a salir cuando escucho un ruido debajo de la escalera que daba al piso alto, se acercó sigilosamente aún con su Glock en la mano, notó que debajo de la escalera había una especie de closet, abrió la puerta violentamente y descubrió a un niño de escasos 7 años de edad, agachado detrás de un cesto de ropa, temblando de frío y de miedo, aterrorizado de lo que acababa de ver. Erick se puso de pie sin dejar de verlo, el niño tampoco dejaba de mirarlo directamente a los ojos, Erick sintió que esos infantiles ojos penetraban en su ser, que le devolvían todo lo que una vez perdió, que talvez si había esperanza, que talvez si se podía salir del círculo vicioso de vivir lo que te tocó, que es una gran mentira que solo juegas con las cartas que te dieron, que puedes hacer y ser lo que desees a pesar de que el mundo entero te juegue en contra.

Permaneció en silencio unos segundos que a el le parecieron horas, levantó su Glock y disparó una vez mas.

El cerebro del niño aún se resbalaba de la pared en el fondo del closet cuando Erick salió sigilosamente de la casa. – La vida es una mierda, odio los postizos – Decía mientras caminaba perdiéndose en la oscuridad de un callejón.